Aunque resulte evidente, Vila es mágica. Ya me había acostumbrado a su “bom dia”, cuando partió de expedición. Muy rápidamente se nutre el alma de lo bello y olvida agradecerlo.
Vivía habituada a su jubilosa aparición y su aparición me hacía vivir. No podría situar su entrada en escena en un momento preciso de la mañana. Tan solo sucedía, y era un regalo cada vez. Del mismo modo en que no miramos el reloj cuando finalmente se prende el foco sobre el payaso. Sin saber ni cómo ni cuando, una sonrisa me estiraba la cara y se me saltaba una alegría de la cara que rebotaba en la vitrina desde donde nos miraba y ya la mañana era otra.
La ausencia de Vila me llevó a reflexionar. A querer venir yo también de ese fabuloso mundo del que venía, en el que con seguridad le habrían enseñado como proteger a las demás criaturas con su sonrisa. El día de su retorno no pensó en descansar de su fatigosa travesía. Vino directamente a vernos. A quién le extrañaría.
Así volvieron los buenos días, que rebosaban bondad en el corazón agradecido.
Precioso !!! , un gran abrazo Vero
Gracias, ¡siempre tan lindos tus comentarios!