La señora no podía expectorar la pena. Hasta a mí, amante de la metáfora, me sonó forzado. La lluvia rebota en mi capucha azul. Podré parecer cualquier cosa, excepto agente secreto, o policía encubierto. La cinta rosada del moño del regalo que sobresale por debajo de la campera me deja al descubierto. Soy yo.
Estoy llegando a casa. Me refugio bajo un cobertizo y sigo escribiendo esto. Sí, esto mismo. Me detengo para escribir esto. Un vecino o vecina, de la raza humana, eso sin duda, me pasa por delante de la capucha. No me distraigo. El celular se apaga.
Llego a casa. Acá también llueve. De la ducha. Es una gota, y otra… Pero no derrama nada. El sonido robótico de las gotas es como el tic tac del reloj de mi abuela. No me gusta, pero me ayuda a no perder consciencia del paso del tiempo. Gracias. La lavadora también hace lo suyo, sacudiendo su panza de tambor, todo ese despliegue de caderas, para hacer eso que en el menú se define como “remojo” y que bien podría llamarse “meneo”. La ropa sería más feliz.
En el silencio suenan muchas cosas. También, despacito, ahí está, se despierta, la melodía del alma.
Vaya poeta !!!. muy bueno Vero….abrazos
Jaja, gracias. Un beso